Ahí donde los Balcanes alcanzan el mar Negro se enclava Bulgaria, un punto de encuentro entre las corrientes espirituales y culturales que vertebraron la Europa eslava en el pasado. De marcado carácter rural, en este país el legado bizantino se da la mano con el pasado soviético, y la huella otomana con la vienesa. El arcoíris salía incluso en los días más grises de la Unión Soviética. Solía hacerlo por Bulgaria, tiñendo las despensas de sus vecinos con los colores de sus frutas, los aromas de sus aceites esenciales y la alegría de sus vinos. El tobogán funcionaba también en sentido inverso, y los soviéticos lo tomaban para ir a bañarse a la costa del mar Negro, a sanar en sus balnearios y, secretamente, a inmiscuirse en su recóndita vida monástica y su proverbial repostería. De camino, algunos trataron de exportar su realismo social, pero se llevaron de vuelta una versión hibridada con el hechizante folclore búlgaro. Y es que la vida rural cobra una relevancia especial en esta tierra prodigiosa donde son las ciudades las que se ven influenciadas por el campo y no al revés.  |