Cuando en 1966 Yves Saint Laurent visitó por primera vez Marrakech, le causó tal impresión que, años después, en sus memorias escribió: «la ciudad me enseñó, de verdad, lo que era el color». Aquel viaje circunstancial determinó la vida y la obra del gran creador de moda, que vivió con la ciudad marroquí una historia de amor correspondido que aún no ha terminado. No fue Saint Laurent el primero ni será el último visitante a quien Marrakech le hace cambiar de punto de vista y rendirse ante su estallido de color, exotismo y autenticidad. Si cada viaje consiste en comparar lo que se ha soñado antes de partir con la realidad del ahora, Marrakech es propicio porque es fácil que supere las expectativas que de ella se han proyectado. |